jueves, 27 de noviembre de 2008

La historia de la niña que se llamaba Luna (2)

Bueno como prometí aquí está la continuación de la historia que comencé el viernes pasado y que espero que os gustase. Tan solo comentar que la historia (que en principio solo iba a tener tres partes) me está dando más juego de lo que pensaba. Ya que me ha permitido meter varias cosas interesantes que llevaban tiempo rondando por mi loca cabeza. Así que no puedo decir de momento cuantas partes más habrá. Solo que, si la cantidad de cosas para la facultad que tengo que hacer me lo permite, cada viernes posteare una parte más de la historia de Luna. En fin sin más dilación os dejo con la segunda parte, espero que la disfrutéis tanto como yo escribiéndola.


"Pienso que el único lugar solitario fue la luna."
Paul Mccartney


La historia de la niña que se llamaba Luna


La observaba alejarse con los ojos vidriosos desde la penumbra. Todavía no se había acostumbrado a aquello. Y eso que aquella joven que corría atemorizada por su presencia, no era la primera ni sería la última. A pesar de su apariencia solía despertar esa sensación en la mayoría de los humanos, aunque a veces, y solo a veces ocurrían deliciosas excepciones. Ya no solo una sensación de temor, sino también de respeto. Como si a través de su frágil apariencia infantil, pudieran advertir la divinidad oculta que había en ella. Por ello y a pesar de que lo odiaba siempre estaba sola.


Su única compañera era una gatita negra a la que había llamado Eclipse. En recuerdo de su hermano mayor, al que hacía tanto tiempo que no veía…Pero eso es otra historia que ahora mismo no nos incumbe. Eclipse estaba tan sola como ella, tuvo la mala suerte de no ser como sus hermanos y que su dueña la abandonara por pensar que daba mala suerte tener un gato negro. En cierto modo eran iguales, por eso siempre estaban juntas. Se daban el cariño y la compañía que ambas tanto necesitaban. Pero a veces no le era suficiente, echaba de menos el calor humano, hacía demasiado tiempo que no hablaba con nadie…


-Pobre chica.-Pensó recordando a la joven a la que había asustado. -En el fondo ha sido culpa mía, ya sé que no debo llorar.- Le dijo a Eclipse mientras escondía la tristeza en el fondo de su corazón y secaba sus lágrimas.-Pero todas esas voces…No he podido evitarlo.


Al dejar se llorar sus ojos dejaron de ser rojos y lentamente se volvieron de un clarísimo azul celeste. La Luna por su parte también dejó de ser roja y se tornó del blanco nival que caracterizaba a la Luna llena.

- Ahora todo esta como debe ser- dijo tristemente.- Vamos a dar una vuelta.


La poca gente a la que se encontraban la miraban extrañados. No era lo normal ver a una niña de largo cabello blanco y tez pálida caminado por la ribera a las una de la mañana seguida por un gato negro. Para los más imaginativos incluso podría parecer una fantasmagórica aparición. Pero afortunadamente nadie montó el numerito a su paso. No le apetecía atormentar a nadie más aquella noche. Con una tenía bastante. Se limitaron a mirarla con recelo procurando mantener la distancia.


Por fin llegó a su destino. Le encantaban las vistas de la Mezquita y el Puente Romano desde el otro lado del río. Le parecía una visón mágica y a la vez melancólica, como ella.


Pero sinceramente le habría dado con gusto una buena patada en el culo al “arquitecto” que había realizado la “reforma” del puente. Aunque lo había visto durante demasiados años como para poder cerrar los ojos y ver el antiguo, el verdadero y no aquella chapuza. Pero quitando la actual escasez de arquitectos con gusto en la cuidad, Córdoba le gustaba. En cierto modo la historia de aquella ciudad le recodaba su vida. El esplendor de aquella cuidad la que llegó a ser la capital de todo un imperio. Y que ahora se veía obligada a luchar para que los pueblos de la zona no la superasen en recursos, riqueza y población.


Aquello le hizo recordar, su mente voló hacia un pasado que algunos considerarían remoto pero que para ella seguía siendo una clara visión. Aún recordaba su época de gloria, de Templos erguidos en su honor llenos de sabios estudiando sus misterios y de sacerdotisas haciéndole ofrendas. De los tiempos en los que desde el más poderoso Rey hasta el más humilde labrador, pasando por el más sabio filósofo, la buscaban en el cielo nocturno en busca de consejo. Por no hablar de las súplicas de los enamorados…

Pero aquella época había pasado para las dos, para la cuidad y para ella.


Los hombres en su afán de revelar los misterios del universo la habían estudiado y al creer comprenderla le pusieron una etiqueta, le dieron una definición a lo que era:

"Satélite de la tierra que gira alrededor de ella y que se ve porque refleja la luz del Sol."

Y la olvidaron. ¿Pero tan solo era eso? ¿O había algo más detrás de esa definición? Eso jamás se pararon a investigarlo. Estaban contentos con su trabajo, todo debía tener una etiqueta para poder introducirlo en su sistema moderno y ella ya lo tenía, eso era lo único que les importaba.


El nombre de aquella niña, que miraba como las luces se reflejaban en el Guadalquivir con nostalgia, era Luna. O más bien era la Luna. Y se sentía terriblemente sola.


Edalie.

No hay comentarios: